Gonzalo Samaranch arrancó hace seis años el proyecto Mestiza de Indias. Foto Mestiza de Indias

Lejos de las grandes ciudades industrializadas está Mestiza de Indias, un proyecto de agricultura en San Pedro Chenchelá, una comunidad en Yucatán, que pretende de manera original ser un negocio sostenible y sustentable, que además retoma técnicas de cultivo ancestrales.

     Mestiza de Indias toma en esencia la agricultura regenerativa, con técnicas para rehabilitar y mantener nutrido el suelo --como lo hacían incluso los mayas--, a fin de producir una canasta de vegetales y frutas con sabor inigualable y que fueron rescatadas de la extinción.

     El proyecto arrancó hace seis años de la mano del experiodista y corredor de arte catalán, Gonzalo Samaranch, quien busca establecer un negocio ético y respetuoso con el medio ambiente.

     Claro que, pese a ese enfoque, el proyecto también se ha tenido que adaptar y ajustar al enfrentar retos culturales y medioambientales inesperados, pero que ha ido gradualmente superando.

     Ahora, Mestiza de Indias busca seguir innovando, algo que la mayoría de los emprendedores toman como mantra para salir triunfantes. Samaranch, por ejemplo, pretende diversificar su propuesta alimentaria con productos exóticos, sin olvidar su enfoque sustentable, al tiempo que también trabaja en rescatar especies de frutas tropicales en peligro de extinción.

     Sobre este proyecto, Samaranch respondió una entrevista para conocer más sobre su trayectoria y la empresa que fundó y lo sostiene.

 

¿Qué te hizo iniciar este negocio?

Básicamente la idea de reivindicar que se pueden hacer negocios éticos de impacto social y respetuosos con el medio ambiente.

 

Sabiendo lo que sabes ahora, ¿Qué hubieras hecho diferente?

Sé lo que sé ahora en gran medida gracias a todos los errores cometidos, por tanto, creo que no cambiaría nada.

 

¿Qué retos tuviste que superar y cómo?

Los principales retos fueron culturales y medioambientales.

El terreno donde sembramos está ubicado a escasos kilómetros de la comunidad indígena de San Pedro Chenchelá, una localidad en el estado de Yucatán, y la mayoría de sus habitantes apenas hablan español y no han tenido alguna experiencia laboral.

Además, buscamos incorporar a mujeres y sus maridos no vieron con buenos ojos que sus esposas trabajaran en el campo. Empezar a aprender maya y la idea de que además de sueldos dignos, se llevaran una canasta de vegetales y frutas orgánicas y poder venir con sus hijos pequeños --ya que alguien se ocuparía de ellos in situ-- nos permitió armar un equipo de mestizas mayas.

Por otro lado, Yucatán tiene un clima y un tipo de suelo muy particular y muchas técnicas agroecológicas que funcionan en otros lugares, aquí no son efectivas. Fue crucial incorporar la sabiduría ancestral maya y su conocimiento de la naturaleza a técnicas agroecológicas de nueva generación para poder llevar a cabo este proyecto.

 

¿Cómo se diferencia tu negocio con respecto a tu competencia?

No veo los demás proyectos de agroecología de la zona como competencia, sino como posibles aliados. Al final la competencia solo favorece a los compradores. En un modelo de competencia y una lucha de precios, el único beneficiado es el mercado. Por tanto, tratamos de establecer alianzas con otros proyectos.

 

¿Cómo levantaste capital?

El capital inicial fue aportado a nivel privado por los fundadores del proyecto. Y posteriores inversiones han sido aportadas a través de alianzas con clientes y asociaciones civiles.

 

¿Qué estrategias utilizaste para comercializar tu producto al inicio?

La incorporación de diseño y redes sociales a una granja creo ha sido bastante innovador y dirigirnos directamente al consumidor final evitando los intermediarios. Pero quizá lo más importante fue innovar en la propuesta de productos, sembrando productos exóticos que nadie más cultivaba, y poder así marcar nosotros mismos los precios de venta sin estar sujetos a los vaivenes del mercado.

 

¿Cuánto tiempo te tomó empezar a tener éxito?

Tuvimos éxito prácticamente desde un inicio porque existía una gran demanda de productos orgánicos en la zona y fuimos pioneros. Las frutas y hortalizas que se consumen en los hoteles de la Riviera son principalmente de origen industrial, vienen de otros estados y llegan después de varios días o semanas de ser cosechados. Además de vender hortalizas, vendemos prestigio, trazabilidad, mercadotecnia y responsabilidad, ya que nuestros clientes pueden hacer suyas las labores sociales que realizamos.

 

¿Qué es lo que le dirías a alguien que está tratando de emprender?

Creo que hay un punto de irreflexión y de locura en la idea de emprender. Me parece que emprender tiene que ver con la idea de proponer otras formas de hacer las cosas. En mi caso quería demostrar que se pueden hacer negocios éticos donde todo el mundo saliera beneficiado. Creo que cada uno debe reflexionar sobre sus motivaciones y si hacer dinero puede ser un fin en sí mismo.

 

¿Cuál es tu siguiente reto, en qué estás trabajando ahora?

La idea es diversificar nuestras fuentes de ingresos. Estamos trabajando en varios proyectos, uno de ellos consiste en rescatar especies de frutas tropicales en peligro de extinción y procesarlas para que los turistas de la zona tengan una experiencia gastronómica genuina y puedan probar mermeladas o salsas a base de caimito, anona, mamey, bonete o zapote negro. Otro de nuestros proyectos tiene que ver con el agroturismo y la capacidad regenerativa que tiene el contacto con la naturaleza y el carácter terapéutico del trabajo de campo que la gente que vive en las grandes ciudades cada vez necesita más.

 

¿Qué libro o película te cambió la vida?

Alguien voló sobre el nido del cuco, de Ken Kesey, me hizo reflexionar sobre la locura y la cordura, sobre lo que es normal o no y sobre todo respecto cómo el establishment tiende a querer anular e intimidar a aquellas personas diferentes y críticas que proponen formas alternativas de ver y estar en el mundo.

 


Fecha de publicación: 11/10/2022